Ortega y Gasset
RAZÓN VITAL Y COMUNICATIVA
Contexto histórico-cultural y filosófico.
José Ortega y Gasset es considerado, junto con Unamuno, uno de los máximos representantes de la filosofía española. Nacido en Madrid en 1883, la generación de Ortega y Gassert en España está marcada por la pérdida de las colonias en 1898 y el pesimismo que se instala en la sociedad y en la cultura.
Inició sus estudios en Deusto, y se licenció en Filosofía y Letras en 1902, aunque decidió continuar su formación en Alemania, donde desarrolló un pensamiento muy similar a la filosofía alemana de principios de siglo. De vuelta en Madrid obtuvo la cátedra de Metafísica de la Complutense, aunque su actividad intelectual se vinculó también al periodismo. Es fundador, entre otras, de la “Revista de Occidente”, publicación muy crítica con la dictadura de Primo de Rivera.
Desde su nacimiento hasta su muerte, Ortega conoció en España todo tipo de formas políticas: a finales del XIX la monarquía, a principios del XX la dictadura de Primo de Rivera, luego la II República y, tras la Guerra Civil del 36 al 39, la dictadura de Franco. En el resto de Europa la situación no fue muy distinta: la Revolución Rusa, dos guerras mundiales, la posguerra, etc.
En el plano social y económico el siglo XX es de grandes contradicciones. A la vez que en toda Europa se impone el capitalismo y la producción tanto de alimentos como de bienes aumenta espectacularmente, las diferencias sociales y las desigualdades se hacen más patentes. Igualmente, la mejora sanitaria acarreó un aumento de la población que, pese a la guerra o la emigración (sobre todo a América), se tradujo en hacinamiento, paro y pobreza. Las expectativas sociales de las nuevas teorías políticas no terminan nunca de cumplirse.
La cultura, en general, tampoco escapa a las contradicciones. Por un lado, el s. XX es enormemente productivo, desarrollándose todos los ámbitos artísticos (pintura, literatura, teatro, fotografía y cine, etc.). Aunque la lista de personalidades sería muy extensa, podemos citar a escritores como Unamuno, Antonio Machado, el propio Ortega, García Lorca o Rafael Alberti; músicos como Manuel de Falla o Albéniz y artistas del nivel de Picasso, Dalí o Miró.
Pero por otro lado, la extensión de los medios culturales a la gran masa de población es algunas veces muy limitada. Este es el caso especial de España, donde la gran multitud de escritores, artistas , etc, tiene la sensación de no poder acceder a un público rural, analfabeto o pobre. Los intentos de reforma educativa no terminan de producirse. Precisamente Ortega hace del análisis peculiar del “atraso español” uno de los centros de su actividad filosófica y periodística.
En lo que respecta a la filosofía, la primera mitad del siglo XX también es un periodo enormemente rico pero a la vez contradictorio. El Positivismo había relanzado las ciencias humanas, pero estaba marginando a la filosofía. Gran parte de los filósofos de finales del XIX y principios del XX se dedica reformular el papel de la filosofía. Algunas de las corrientes de pensamiento que más influencia tienen en Europa son el vitalismo de Nietzsche y el historicismo de Dilthey. Pero Ortega además está muy influido por por la corriente existencialista (fundamentalmente Heidegger), por filósofos neokantianos y por el fenomenismo de Husserl (a quien se propone expresamente superar).
En este sentido, Ortega defiende el raciovitalismo (o “filosofía de la razón vital” como él la definió), que supera al vitalismo en que es intelectualista. Suele señalarse que la filosofía orteguiana se encuentra a menudo más cercana a la filosofía europea (especialmente la alemana) que al pensamiento español. Sin embargo, también puede considerarse parte de una nueva línea de pensamiento español en la que encontramos a Unamuno o el krausismo.
Cabe señalar que tanto en el caso de Ortega y Gasset y de otros pensadores, como en el de numerosos personajes del ámbito cultural, las dictaduras y sobre todo la Guerra Civil, supuso un enorme freno a su desarrollo. En algunos casos significó su condena a muerte y en otros, el exilio o la incomunicación intelectual. Durante la Guerra Civil se autoexilió a Europa y América, y, aunque volvió en 1945, su producción intelectual quedó muy limitada.
La influencia orteguiana en el pensamiento español es inconmensurable, llegando hasta nuestros días. La lista de sus seguidores sería interminable, y entre ellos cabe destacar a Julian Marias, Xabier Zubiri, LópezAranguren, Ferrater Mora o Maria Zambrano.
La mayor parte de la producción literaria de Ortega se encuentra en ensayos aparecidos originariamente como artículos en publicaciones periodísticas, o derivadas de conferencias y cursos; escribió también muchos prólogos. Aún los libros más extensos, a menudo fruto de retoques de aquellos materiales, constan de secciones más o menos independientes. Destacamos las siguientes obras:
Historia como sistema
La rebelión de las masas.
Meditaciones del Quijote.
Verdad y perspectiva
En torno a Galileo
La idea de principio de Leibniz
¿Qué es filosofía?
Lecciones de metafísica
El tema de nuestro tiempo, 1923
El Tema de Nuestro Tiempo
"El tema del tiempo de Sócrates consistía, pues, en el intento de desalojar la vida espontánea para suplantarla con la pura razón. [...] El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura. La misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida."
El tema de nuestro tiempo fue publicado en 1923, recién terminada la 1ª Guerra Mundial. La situación histórica refleja la contradicción de las dos posturas, por sí solas insatisfactorias, y cuya síntesis es para Ortega la tarea de nuestra época: de un lado, la democracia liberal y la cultura, con su racionalidad y sus valores, que manifiestan su incapacidad para conseguir una vida digna para todos y para detener las guerras. De otro lado, los movimientos fascistas (el nazismo alemán, la Falange en España) que empiezan a desarrollarse entonces proclamando abiertamente su irracionalismo y su antiliberalismo, y ganaban numerosos partidarios descontentos con la vida falsa y antiheroica que, según ellos, les ofrecía la democracia. Con esta obra intenta actualizar y modernizar España. En ello coincide con el impulso regeneracionista de la generación anterior a él, la llamada del “98”. Pero la mayoría de ellos acabaron pretendiendo recuperar los auténticos valores españoles; Unamuno sostenía que más “europeizar España” había que “españolizar Europa”. De ahí su famoso “que inventen ellos”. Y Ortega, en cambio, es partidario decidido de la europeización de España, y declara que, en ese sentido, Europa significa, ante todo una cosa, técnica. En su empeño por la regeneración de España, Ortega desarrolló durante toda su vida una intensa labor como profesor, conferenciante, articulista de periódicos y editor.
Síntesis general del pensamiento orteguista.
Entre las múltiples facetas de la filosofía de Ortega y Gasset, podemos centrarnos en dos ámbitos: renovación del pensamiento español y superación del dualismo simplificador.
Respecto a lo primero, parte de un análisis de la situación especial del "atraso español", tanto en su mentalidad como en su filosofía. Ortega se propuso (y consiguió) revitalizar la filosofía y la cultura española en general, poniéndolas a altura europea. En este sentido destaca su faceta periodística.
En cuanto a la superación del concepto humano del pensamiento anterior, la filosofía europea (especialmente la alemana) había sido desde siglos atrás el idealismo, una filosofía desfasada a juicio de Ortega. El idealismo es el imperio de la razón, el utopismo. El idealismo y el racionalismo habían contrapuesto la vida a la razón (rechazando sistemáticamente la primera). Como en España no se había -según Ortega- desarrollado tanto el racionalismo modernista, sería fácil aceptar y mostrar al mundo, que la vida y la razón se complementan, se necesitan. Tampoco Ortega acepta la crítica de Nietzsche, pues sigue manteniendo la dicotomía razón/vida (eso sí, para reivindicar la segunda). De hecho, Ortega se adelanta a aquellos que pueden malinterpretarlo al asociar su pensamiento a una propuesta irracionalista o vitalista. Él no propone rechazar la cultura (razón) en favor de la vida (biología), como si fueran antagónicos, sino unificarlos.
El Raciovitalismo (superación de dualismo)
Ortega acepta la crítica de Nietzsche a la tradición occidental, ala que acusaba de haber pretendido imponer la razón sobre todos los ámbitos de la vida humana, especialmente sobre los más enérgicos y espontáneos. Según el racionalismo clásico europeo (desde la época de Platón) lo racional y lo humano se identifican. Lo racional es lo único verdaderamente humano, de forma que lo corporal (y por extensión todo lo vital), es secundario o incluso perjudicial. Ortega niega e invierte este supuesto fundamental: lo primario no es el pensamiento, sino la vida.
Por otro lado, superando la postura nietzscheana y de los vitalistas, Ortega no niega la razón, sino que le quita la prioridad. Él intenta superar la dicotomía razón/vida o cultura/biología. Sostiene que la razón le ha sido concedida al hombre para captar las realidades que constituyen la vida y, por ello, es una razón vital, puesto que está en función y al servicio de la vida.
RACIONALISMO
Platón, Descartes, Cristianismo
Razón
Racionalismo
Alama, mente
Normas
Cultura
Educación
transcendental
eterno, momia
Verdad
"Yo puro "
VITALISMO
Nietzsche
Sentimientos
Relativismo
cuerpo
instintos
Vida/ Biología
Experiencia
inmanente
histórico, temporal
perspectiva
historia /circunstancia
La vida humana, nunca meramente biológica, es la realidad radical, no en el sentido de que sea creadora de las demás realidades, sino en el sentido de que en ella se encuentran todas. Las cosas tienen un sentido y un valor a afirmar por sí mismas; pero se las concibe como la totalidad de las situaciones que constituyen la vida circunstanciada de un hombre:
“Yo soy yo y mi circunstancia”
Además, mi vida no es una circunstancia en el sentido del Yo idealista, sino un quehacer, un entretejimiento con las cosas de las que cada uno es responsable, porque siempre es necesariamente producto de la elección libre.
Para entender la noción orteguiana de realidad radical hemos de hablar de los distintos tipos de saberes que éste considera:
Saber lineal. Aquellos que se acumulan progresiva e historicamente, sin plantearse continuamente sus fundamentos. De esta forma funciona la ciencia.
Saber circular. Aquel que siempre vuelve a los mismos problemas y a los mismos temas irresolubles. La filosofía constituye un saber circular, pues consiste en una continua búsqueda de soluciones a problemas, en un intento de explicación de la naturaleza humana.
Y es precisamente el hecho de que el hombre no tiene naturaleza lo que explica esa continua búsqueda por parte de la filosofía. Mientras los animales responden a las situaciones del medio ambiente mediante los instintos, el hombre ha de buscar esta acomodación; se encuentra perdido frente a su circunstancia y ante ella ha de crear sus creencias. La base sobre la que cada filosofía se sustenta es la realidad radical.
Otra distinción orteguiana de máxima importancia es la que se establece entre ideas y creencias :
Creencias son todas aquellas cosas con las que contamos de una forma absoluta de manera inconsciente. Estamos tan seguros de que existen que no las cuestionamos; en todo momento nuestra vida está montada sobre un enorme repertorio de creencias.
Ideas son todos aquellos planteamientos que de manera consciente construimos precisamente porque no creemos en ella. Aparecen cuando nos encontramos ante situaciones de las que no poseemos ninguna creencia firme.
Un gran número de creencias actúan sobre nosotros sin que nos demos cuenta de ello; sin embargo, las ideas sólo actúan y existen cuando las pensamos. Podemos decir que las creencias son viejas ideas que se han consolidado como creencias.
Por tanto, el hombre se encuentra en una situación de pérdida continua y su tarea cotiniana es dar sentido a su existencia buscando continuamente ideas. En la época en la que Ortega elabora estas teorías existe una gran pérdida del sentido de la realidad (período de entreguerras) y la filosofía ha de crear un nuevo sentido, un nuevo significado de la realidad. En su caso es la concepción de la vida como realidad radical.
La verdad como perspectiva (perspectivismo)
Al igual que Nietzsche, parte de un concepto de verdad como perspectiva. Nunca podemos captar la realidad de una forma única, absoluta o definitiva, sino que siempre lo hacemos desde una circunstancia de carácter vital. La realidad nunca se nos muestra en su plenitud objetiva, sino en un proceso de cambio, y además el hombre añade algo a la realidad cuando la conoce, se integra en lo real. Esta fusión vida conocimiento desde una determinada circunstancia supone un intento de superación histórica, o, en el lenguaje ortegiano, de razón histórica.
Sin embargo, en la vida está también la razón; no en oposición dialéctica sino en necesaria coexistencia. Por eso, Ortega define su filosofía como “filosofía de la razón vital”, superación del racionalismo pero sin caer en el irracionalismo.
Mediante este nuevo concepto de verdad, Ortega pretende sintetizar y superar las grandes corrientes que han configurado la filosofía occidental:
El pensamiento griego y la filosofía medieval. Lo único realmente verdadero, lo que realmente existe es el cosmos o la naturaleza, el SER. En esta concepción del mundo sólo existen las “cosas”, independientes del hombre.
El pensamiento moderno (a partir de Descartes). La realidad radical, lo que realmente existe, no son las cosas sino las IDEAS, que dependen del sujeto. Es una filosofía idealista: sólo existe aquello que puede ser pensado por el sujeto.
Su filosofía proviene de la influencia de posturas de diferentes filósofos:
El concepto de historia y razón histórica de Dilthey
Los conceptos de vida y perspectiva de Nietzsche
La consideración de la vida como proyecto de Heidegger, a través de conceptos como el de la angustia o el quehacer en la vida de Dasein.
Las principales características del raciovitalismo son pues, a modo de resumen :
La vida es quehacer, proyecto, programa y aspiración. La finalidad es precisamente el desarrollo de la existencia del YO, que no será nunca completo. De ahí que la felicidad absoluta no exista y que la vida se a la vez felicidad e infelicidad.
El hombre no se encuentra solo en la realidad, sino que tiene que existir en una circunstancia ; esta circunstancia es producto de la historia. En el desarrollo de la vida humana hay que ser conscientes pues de los condicionamientos históricos.
El hombre es en la medida que realiza proyectos y en la medida en que le ocurren cosas. El ser del hombre es desarrollo vital, donde se realiza su razón. Esta unión de la razón y de la vida es la culminación del raciovitalismo de Ortega.
El hombre como ser histórico
Ortega recopila en sus teorías los planteamientos de:
Kierkegaard, para el que la vida es elección libre de posibilidades, la negación y limitación de ciertos caminos, los cuales confluyen todos en la muerte.
Heidegger, para el que el hombre es un ser para la muerte. El hombre concreto se encuentra en la angustia, en la pérdida del sentido de la existencia y ante esta pérdida tiene que proyectar su propia vida.
La vida humana no está hecha, el hombre tiene que determinar permanentemente lo que va a ser; por tanto, la vida es quehacer poético, es una faena histórica. Este quehacer histórico poético lleva consigo la necesidad de elegir, porque nos encontramos con una serie de posibilidades ante las que forzosamente hemos de optar por ellas. Es una libertad “a la fuerza”: hay que elegir, aunque se elija mal. Pero esa elección humana ha de contar con un proyecto vital: la vida humana es, además de historia, proyecto de historia. Cuando éste falta la vida pierde todo sentido para él. Esta visión heracliteana de la vida y de la realidad humana deja bien claro que el hombre no tiene sustancia, sino que su sustancia es el propio cambio.
La forzosidad de elegir del hombre en la vida nos adentra en el terreno de la moral, ya que al tener que elegir, se es libre y al ser libre se asume la acción hecha o elegida por nosotros, es decir, que se es responsable. La responsabilidad moral se especifica en las 2 categorías morales de la autenticidad y la inautenticidad, relacionadas con la respuesta del hombre a su destino:
Se habla de vida auténtica cuando se permanece fiel al proyecto vital.
Se habla de vida inauténtica cuando el hombre se pierde en la comodidad del anonimato, de la masa, cuando falsea su destino.
Otro aspecto derivado de la historicidad del hombre es el de la temporalidad, pero un tiempo no físico, sino vital, en la forma en la que se manifiesta en el ser. El hombre es heredero de su pasado, no como en el caso de los animales, que cada uno estrena y repite el modelo del anterior. Esta vida histórica del hombre, posee una estructura que la hace estudiable, que la convierte en historiografía ; esa estructura es la de las generaciones. Para Ortega una generación es “una zona de 15 años durante la cual una cierta forma de vida fue vigente”. La afinidad entre los hombres de una misma generación “no procede tanto de ellos como de verse obligados a vivir en un mundo que tiene una forma determinada y única”. Hay que distinguir entre los contemporáneos y los coetáneos, según sean los que viven en el mismo tiempo o sean de la misma edad, respectivamente. Hay unas generaciones decisivas, que son las que hacen cambiar las épocas históricas, o mejor dicho, aquellas que viven el cambio entre las épocas de la historia.
El hombre además de ser histórico, es un ser social. Pero la sociabilidad del hombre no es la vida del hombre sino algo que pasa en su vida. La vida del hombre esradical soledad, es sólo suya y la sociabilidad es convivencia. El sujeto de lo social no es nadie determinado, sino la gente. Ortega distingue 2 formas de convivencia:
Interindividual: Relación entre dos o más individuos como tales, que dan origen a afecciones como el amor, la amistad, etc., en los que el individuo no sale de su individualidad, de su esencial carácter de persona.
Social: Establece relaciones impersonales, no espontáneas ni responsables, como por ejemplo el saludo, ...
Valoración razonada de su actualidad.
Valorar la actualidad de Ortega y Gasset resultaría inconmensurable. Para simplificar la cuestión, vamos a centrarnos en dos ámbitos: la Filosofía y la cultura actual. En primer lugar, atendiendo a su filosofía, hay que señalar que Ortega ha servido de base para toda una forma nueva de hacer filosofía que se ha desarrollado a lo largo del siglo XX y que continúa hasta nuestros días. Lo que podemos denominar filosofía española es, en mayor medida, filosofía orteguiana. La lista de sus seguidores sería interminable, y entre ellos cabe destacar a Julian Marías, Xabier Zubiri, López Aranguren, Ferrater Mora o María Zambrano.
Por otro lado, Ortega y Gasset excede en sus repercusiones filosofía y pasa a la cultura española y europea actual. La crítica al dualismo entre razón y vida, o su análisis de la realidad española siguen estando presentes en la mentalidad española del siglo XXI y ha influido en el proceso democratizador de la transición española, especialmente si atendemos a su faceta periodística. Incluso podríamos decir que, teniendo en cuenta la situación actual de crisis económica y de valores, en la que la reflexión sobre el ser humano es constante, el texto de Ortega podría aparecer en cualquier diario de hoy en día.
AMPLIACIÓN
Examen Selectividad 2014 Reserva: Ortega y Gasset
Información adicional:
"El hombre que estaba allí", en auladecine.
FRAGMENTOS DE SELECTIVIDAD:
AÑO 2007: “Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes -el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura- quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.”
AÑO 2005: “Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes –el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura- quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.”
AÑO 2005: “El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto?. La respuesta del Racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y mañana –por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia. La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad.”
Texto para Selectividad
ORTEGA Y GASSET, J:
El Tema de Nuestro Tiempo. Obras Completas, vol III, cap. X. Rev. de Occ. Madrid.1966, pp. 197-203
“La doctrina del punto de vista”
"Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes ‑el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura‑ quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.
Recuérdese el comienzo de este estudio. La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanece el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones anteriores parecían suficientes, no encuentran eco en nuestra sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas obnubilaciones, como se ve con toda claridad en el sentido de ambas potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir necesitan el soporte de la vitalidad.
Aclaremos este punto concrétandonos a la porción mejor definible de la cultura: el conocimiento.
El conocimiento es la adquisición de verdades, y en la verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto?. La respuesta del Racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y mañana ‑por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia.
La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad.
Es interesante advertir cómo en estos últimos tiempos, sin común acuerdo ni premeditación, psicología, <biología> y teoría del conocimiento, al revisar los hechos de que ambas actitudes partían, han tenido que rectificarlos, coincidiendo en una nueva manera de plantear la cuestión.
El sujeto, ni es un medio transparente, un "yo puro" idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más ni más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinidad de los elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas -fenómenos, hechos, verdades‑ quedan fueran, ignoradas, no percibidas.
Un ejemplo elemental y puramente fisiológico se encuentra en la visión y en la audición. El aparato ocular y el auditivo de la especie humana reciben ondas vibratorias desde cierta velocidad mínima hasta cierta velocidad máxima. Los colores y sonidos que queden más allá o más acá de ambos límites le son desconocidos. Por tanto, su estructura vital influye en la recepción de la realidad; pero esto no quiere decir que su influencia o intervención traiga consigo una deformación. Todo un amplio repertorio de colores y sonidos reales, perfectamente reales, llega a su interior y sabe de ellos.
Como son los colores y sonidos acontece con las verdades. La estructura psíquica de cada individuo viene a ser un órgano perceptor, dotado de una forma determinada que permite la comprensión de ciertas verdades y está condenado a inexorable ceguera para otras. Así mismo, para cada pueblo y cada época tienen su alma típica, es decir, una retícula con mallas de amplitud y perfil definidos que le prestan rigorosa afinidad con ciertas verdades e incorregible ineptitud para llegar a ciertas otras. Esto significa que todas las épocas y todos los pueblos han gozado su congrua porción de verdad, y no tiene sentido que pueblo ni época algunos pretendan oponerse a los demás, como si a ellos les hubiese cabido en el reparto la verdad entera. Todos tienen su puesto determinado en la serie histórica; ninguno puede aspirar a salirse de ella, porque esto equivaldría a convertirse en un ente abstracto, con integra renuncia a la existencia.
Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último, y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno?. Evidentemente, no; tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.
Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en todo lo demás. Todo conocimiento es desde un punto de vista determinado. La species aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones.
Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.
La individualidad de cada sujeto era el indominable estorbo que la tradición intelectual de los últimos tiempos encontraba para que el conocimiento pudiese justificar su pretensión de conseguir la verdad. Dos sujetos diferentes ‑se pensaba‑ llegarán a verdades divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mundos de dos sujetos no implica la falsedad de uno de ellos. Al contrario, precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe. Esa divergencia no es contradicción, sino complemento. Si el universo hubiese presentado una faz idéntica a los ojos de un griego socrático que a los de un yanqui, deberíamos pensar que el universo no tiene verdadera realidad, independiente de los sujetos. Porque esa coincidencia de aspecto ante dos hombres colocados en puntos tan diversos como son la Atenas del siglo V y la Nueva York del XX indicaría que no se trataba de una realidad externa a ellos, sino de una imaginación que por azar se producía idénticamente en dos sujetos.
Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo ‑persona, pueblo, época‑ es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere un dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada.
El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde <lugar ninguno>. El utopista ‑y esto ha sido en esencia el racionalismo‑ es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.
Hasta ahora la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tienen que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.
Cuando hoy miramos las filosofías del pasado, incluyendo las del último siglo, notamos en ellas ciertos rasgos de primitivismo. Empleo esta palabra en el estricto sentido que tiene cuando es referida a los pintores del quattrocento. ¿Por qué llamamos a éstos "primitivos"? ¿En qué consiste su primitivismo? En su ingenuidad, en su candor ‑se dice‑. Pero ¿cuál es la razón del candor y de la ingenuidad, cuál su esencia? Sin duda, es el olvido de sí mismo. El pintor primitivo pinta el mundo desde su punto de vista ‑bajo el imperio de las ideas, valoraciones, sentimientos que le son privados‑, pero cree que lo pinta según él es. Por lo mismo, olvida introducir en su obra su personalidad; nos ofrece aquélla como si se hubiera fabricado a sí misma, sin intervención de un sujeto determinado, fijo en un lugar del espacio y en un instante del tiempo. Nosotros, naturalmente, vemos en el cuadro el reflejo de su individualidad y vemos, a la par, que él no la veía, que se ignoraba a si mismo y se creía una pupila anónima abierta sobre el universo. Esta ignorancia de sí mismo es la fuente encantadora de la ingenuidad.
Mas la complacencia que el candor nos proporciona incluye y supone la desestima del candoroso. Se trata de un benévolo menosprecio. Gozamos del pintor primitivo, como gozamos del alma infantil, precisamente, porque nos sentimos superiores a ellos. Nuestra visión del mundo es mucho más amplia, más compleja, más llena de reservas, encrucijadas, escotillones. Al movernos en nuestro ámbito vital sentimos éste como algo ilimitado, indomable, peligroso y difícil. En cambio al asomarnos al universo del niño o del pintor primitivo vemos que es un pequeño circulo, perfectamente concluso y dominable, con un repertorio reducido de objetos y peripecias. La vida imaginaria que llevamos durante el rato de esa contemplación nos parece un juego fácil que momentáneamente nos liberta de nuestra grave y problemática existencia. La gracia del candor es, pues, la delectación del fuerte en la flaqueza del débil.
El atractivo que sobre nosotros tienen las filosofías pretéritas es del mismo tipo. Su claro y sencillo esquematismo, su ingenua ilusión de haber descubierto toda la verdad, la seguridad con que se asientan en fórmulas que suponen inconmovibles nos dan la impresión de un orbe concluso, definido y definitivo, donde ya no hay problemas, donde todo está ya resuelto. Nada más grato que pasear unas horas por mundos tan claros y tan mansos. Pero cuando tornamos a nosotros mismos y volvemos a sentir el universo con nuestra propia sensibilidad, vemos que el mundo definido por esas filosofías no era, en verdad el mundo, sino el horizonte de sus autores. Lo que ellos interpretaban como limite del universo, tras el cual no había nada más, era sólo la línea curva con que su perspectiva cerraba su paisaje. Toda filosofía que quiera curarse de ese inveterado primitivismo, de esa pertinaz utopía, necesita corregir ese error, evitando que lo que es blando y dilatable horizonte se anquilose en mundo.
Ahora bien; la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de realidad a aquél; simplemente lo refiere al sujeto viviente, cuyo mundo es, lo dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va de pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose de la realidad universal.
De esta manera, la peculiaridad de cada ser, su diferencia individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento insustituible. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien: esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia, esta verdadera <razón absoluta> es el sublime oficio que atribuimos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista. Su punto de vista es el de cada uno de nosotros; nuestra verdad parcial es también verdad para Dios. ¡De tal modo es verídica nuestra perspectiva y auténtica nuestra realidad! Sólo que Dios, como dice el catecismo, está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes . Dios es el símbolo del torrente vital, al través de cuyas infinitas retículas va pasando poco a poco el universo, que queda así impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado, sufrido y gozado.
Sostenía Malebranche que si nosotros conocemos, alguna verdad es porque vemos las cosas en Dios, desde el punto de vista de Dios. Más verosímil me parece lo inverso: que Dios ve las cosas al través de los hombres, que los hombres son los órganos visuales de la divinidad.
Por eso conviene no defraudar la sublime necesidad que de nosotros tiene, e hincándonos bien en el lugar que nos hallamos, con una profunda fidelidad a nuestro organismo, a lo que vitalmente somos, abrir bien los ojos sobre el contorno y aceptar la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo."